A partir de la postguerra y, más precisamente, de la década de 1950, es posible advertir en la gran industria del país dos tendencias simultáneas y contrarias que operan sobre el obrerismo industrial colombiano: de un lado, la exigencia de una más alta calificación obrera, a tono con las innovaciones en tecnología y procesos que estaban haciendo las empresas fabriles; de otro lado, la necesidad de crear un nuevo tipo de trabajador capaz de desarrollar actitudes parciales y repetitivas, sometidos a una estricta supervisión y control.